Los nacidos entre 1981 y 1996, también conocidos como millennials, son ya la generación más descontenta con la democracia, no solo en comparación con sus conciudadanos, sino también con generaciones precedentes en el mismo momento vital. Así lo recogía el estudio del Instituto Bennett de Políticas Públicas de la Universidad de Cambridge, titulado “Juventud y satisfacción con la democracia: ¿Cómo revertir la desconexión democrática?”.
Hitos de nuestra historia contemporánea marcaron la infancia y adolescencia de esta generación, y la pandemia ha ayudado a intensificar un escenario de incertidumbre para quienes aún llevan arrastrando los vestigios de la gran recesión de 2008. La mayoría de los millennials tenían entre 5 y 20 años cuando sucedieron los ataques terroristas del 11 de septiembre sacudiendo a Estados Unidos y al mundo Occidental, y muchos eran lo suficientemente mayores como para comprender el significado histórico de ese momento. También crecieron con las guerras de Irak y Afganistán, la primavera árabe, y sin ir más lejos el 15M, lo que pudo ayudar a desarrollar una conciencia y visión más amplia de los partidos y la política actual.
La precariedad laboral, las dificultades para emanciparse, la falta de referentes en los que verse reflejados, ideas que se contraponen a las generaciones precedentes o el cúmulo de decepciones políticas son solo la punta del iceberg de la desafección arraigada en este grupo. Pero ¿puede este fenómeno ayudar a consolidar nuestro sistema político?
A pesar de todo, esta generación está comprometida con los asuntos sociales y parece no darse por vencida. El 46,8% dice sentir preocupación por temas de medio ambiente; casi un 50% se muestra sensible al debate sobre la igualdad entre hombres y mujeres; el 42% sobre la innovación tecnológica, y el 38,5% sobre asuntos culturales; o plataformas como Talento para el futuro son solo algunos de los muchos ejemplos que demuestran la voluntad de los millennials y la generación Z, los nacidos después de 1996 hasta el 2012, en marcar la diferencia.
La clase política también se dio cuenta de las particularidades de este nuevo electorado, y de que las viejas estrategias para captar votos entre la población joven ya no surtían ningún efecto. La comunicación y el marketing político tuvieron que reinventarse para adaptarse al lenguaje empleado por los nuevos votantes. Los miembros de estas dos generaciones son usuarios asiduos de la tecnología y utilizan canales como Twitter, Instagram y Facebook, para aumentar aún más la atención en torno a sus causas. El caso de Alexandria Ocasio-Cortez, representante demócrata y mujer más joven elegida en el Congreso de los Estados Unidos, es muy significativo, no solo por cómo ha sabido sacar provecho de las RRSS para acercarse a las nuevas generaciones, sino por la autenticidad que emana, convirtiéndose en la figura estrella de la política estadounidense entre los más jóvenes.
Parece entonces que la fórmula para hacer frente a la desafección política de este grupo poblacional es orientar las estrategias al mundo digital, primar la autenticidad para conectar y compartir las inquietudes y preocupaciones de las generaciones millennial y Z.
Marta Porqueras
Analista