La metáfora bélica, que a muchos pareció apropiada para afrontar el rápido avance de la COVID-19, puede resultar contraproducente. La sensación de vivir en estado de guerra activa mecanismos cognitivos y emocionales relacionados con el instinto de supervivencia, que incrementan la angustia y el miedo que la pandemia por sí misma genera. El pensamiento insolidario e irracional del “sálvese quien pueda” nos aparta de la opción colaborativa, la única ganadora en esta crisis, como señala un artículo publicado el 8 de marzo en el International Journal of Social Psychology (“COVID-19 and the metaphor of war”).
Se sugiere un cambio de relato que ponga en valor la actitud generosa de la mayoría y en el que estén presentes el cuidado por el otro, la solidaridad, la empatía, la obligación moral y la cooperación. La ciencia, tan renombrada ahora como ignorada antes, encarna tales valores y bien puede ser el eje de dicho relato, el hilo que nos conduzca a la salida del laberinto. Para ello, la comunicación de la ciencia debe trascender la divulgación del conocimiento y convertirse en un medio estratégico para hacer frente a los retos de la actual crisis y muchos otros que ya estaban en la agenda sociopolítica.
En este sentido, el esfuerzo cooperativo para el desarrollo de vacunas y su distribución, que es fruto de la colaboración global de organizaciones públicas y privadas, no está siendo suficientemente ponderado. Una inadecuada o ineficaz información al respecto entraña graves riesgos, tanto a corto como a largo plazo, ya que cualquiera de las estrategias de erradicación del virus pasa por la vacunación generalizada.
Llegados a este punto, se hace necesario subrayar que la investigación biomédica y la industria farmacéutica están donde se las esperaba o incluso más allá de lo que muchos aventuraban. Gracias a ellas, con los apoyos imprescindibles de los poderes públicos, estamos viendo surgir vacunas eficaces en distintos puntos del mundo. La gran inversión en el sector y el duro trabajo de los equipos científicos y de producción, que aceptaron el reto y trabajan con mucha presión, son los motores hacia la esperada recuperación sanitaria y económica.
Si analizamos el coste de la innovación, ahora somos más conscientes que nunca de que invertir en salud es hacerlo en prosperidad y sostenibilidad. Más concretamente, la inversión en I+D está aportando sostenibilidad al Sistema Nacional de Salud. En este sentido, Farmaindustria mantenía un acuerdo de colaboración con los Ministerios de Sanidad y Hacienda hasta el 30 de junio de 2020. El pacto, en palabras del presidente de la patronal, Martín Sellés, tenía como objetivo la “implicación de todas las entidades involucradas en la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y la racionalización del gasto farmacéutico público”. A pesar de la patente necesidad de una nueva negociación, adaptada a las circunstancias extraordinarias, no se ha podido avanzar en esta línea por la crisis sanitaria que atravesamos.
Sin embargo, la ciencia, como la vida, no se detiene, no se puede detener, y siempre que alcanza una meta es el punto de partida hacia nuevos descubrimientos. Las vacunas contra la COVID-19 son una realidad muy esperanzadora, como lo fueron en su día las de la viruela o la polio, pero seguirá habiendo retos que necesiten de ese esfuerzo y valores de la ciencia, que deben de comunicarse a las personas para ayudarlas a gestionar sus emociones y alejarlas de la discordia bélica hacia un relato de solidaridad y cooperación.
Marina Diez
Directora de cuentas en Cariotipo Lobby & Comunicación