“Se podrá desvelar porquéla cicatrización de sus heridas es increíblemente rápida”
Al leer la noticia de que investigadores estadounidenses, rusos y portugueses han descifrado el genoma del tiburón blanco, que puede llegar a pesar varias toneladas y vivir setenta años, recordé que en febrero de 2001 la ciencia dio un paso de gigante cuando los responsables del consorcio Genoma Humano publicaron sus resultados: una secuencia completa del 90 por ciento de los tres mil millones de pares de bases en el cordón formado por la molécula de ADN (ácido desoxirribonucleico), de unos dos metros de longitud en su estado no enroscado, que comprende entre cincuenta mil y cien mil genes, situados en los cromosomas. Este ambicioso proyecto tuvo su origen veinte años antes, aunque su inicio es de principios del siglo pasado cuando el genetista estadounidense Alfred Henry Sturtevant logró el primer mapa génico de la mosca Drosophila, vieja conocida de los científicos, en 1911.
Como se sabe, cada célula humana contiene cuarenta y seis cromosomas, excepto las espermáticas del hombre y los óvulos maduros de la mujer, cada uno de los cuales contiene veintitrés. Esos cuarenta y seis cromosomas son, en realidad, veintitrés pares y tan solo uno de ellos determina el sexo. Como escribí seis años antes de ese logro científico, el genoma humano era una mina de oro oculta en la molécula de ADN que proporcionaría, a quien consiguiera los mayores tesoros científicos y comerciales, multimillonarios beneficios por la venta de fármacos y pruebas de diagnóstico, así como por las patentes de futuras terapias. Y así ha sido.
Volviendo a la noticia sobre el tiburón blanco, como ha explicado Salvador Jorgensen, uno de los investigadores involucrado en este trabajo, decodificar su genoma es proporcionar a la ciencia un conjunto de claves que desvelarán, entre otras cosas, porqué la cicatrización de las heridas en los tiburones es increíblemente rápida.
José María Fernández-Rúa
PUBLICADO EN A TU SALUD (LA RAZÓN) EL DOMINGO 5 MAY 2019