En las últimas semanas, el COVID-19 se ha convertido en una dura prueba, no solo para los profesionales sanitarios y otros agentes que están en primera línea de fuego, sino también para los especialistas de la información, que tienen el reto, ahora más que nunca, de informar de forma rigurosa y veraz sobre el impacto de esta pandemia.
Con la expansión de este virus, llegó a España, así como al resto de países afectados, una oleada de información fruto de un escenario de incertidumbre y temor que ha degenerado en una gran histeria colectiva.
Nos hemos acostumbrado a recibir datos en todo momento y en cualquier formato hasta alcanzar, en muchas ocasiones, unos niveles de sobrecarga informativa que nos dificulta la distinción entre lo veraz y lo manipulado. En gran parte, esto se debe a las infinitas prestaciones de las nuevas tecnologías, que acercan cada vez más la información a los consumidores bajo un único criterio: la inmediatez.
Es curioso ver de qué manera las masas sociales se dejan influir por aquello que determinadas fuentes exponen sobre los hechos que nos rodean. Si sucede un acontecimiento globalmente conocido y de gran impacto emocional, como es el caso, este tema permanece en los medios y redes sociales de manera continuada, generando centenares de titulares que serán compartidos entre los usuarios.
Desde que el coronavirus se acercara a Europa, no ha dejado de surgir todo tipo de fake news que, además de favorecer la manipulación emocional y psicológica de la población, difuminan los mensajes verdaderamente útiles, como las advertencias o recomendaciones sanitarias.
En la mayoría de los casos, este tipo de información procede de fuentes sin identificar y se apoderan de las circunstancias más vulnerables. Días previos al anuncio oficial del estado de alarma, y las consiguientes medidas restrictivas y de aislamiento, circularon alrededor de 5.000 imágenes de distintas cadenas de supermercados vacíos, consecuencia del gran alarmismo social que venía gestándose desde hacía varias semanas.
Durante los últimos días, también se han visto afectadas por esta cadena de informaciones falsas y bulos desde personalidades públicas, a quienes se han atribuido declaraciones que nunca han pronunciado, hasta grandes compañías, que se han visto en la obligación de desmentir mensajes que afectaban a supuestas políticas de empresa.
No era de extrañar que, ante semejante escenario de confusión y desorden, comenzaran a darse pasos firmes en favor de promover información de rigor. Ejemplo de ello ha sido la iniciativa del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO). Este organismo se ha decidido a elaborar un documento que recopila los centenares de bulos que circulan por las redes sociales, para ponerlo a disposición de la población. Este informe agrupa desde textos publicados a través de las redes, fotografías, vídeos, así como audios en los que pueden escucharse falsedades sobre los acontecimientos que vivimos. Por su parte, la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS), así como otras entidades del mismo ámbito, están aplicando grandes esfuerzos en organizar foros u otras actividades con destacados científicos y expertos independientes, con el fin de resolver dudas acerca de este fenómeno sanitario.
Solo desde la cooperación y coordinación entre las instituciones, expertos sanitarios y profesionales de la comunicación, unidos al esfuerzo de los ciudadanos, lograremos hacer frente a la batalla de las fake news en un momento en el que la información es una pieza clave para hacer frente a la crisis sanitaria que vivimos.
Julia Carbonell Pechuán
Analista en Cariotipo Lobby & Comunicación